sábado, 4 de diciembre de 2010

MALDITA SILLA AZUL

Ni por el berraco me vuelvo a sentar en una silla azul. Pa`que me crean, vean como todos al subirse corren a las sillas rojas. Saben que no se las van a pedir, para eso están las sillas azules.

En una oportunidad, tuve que abandonar mi trabajo porque se apoderó de mi una macabra diarrea acompañada de un mareo con ganas de tirarme al suelo.

Espere el Transmilenio. Pasaron 20 minutos y por fin, llegó. Todos parecíamos huyendo de alguna catástrofe cuando abordamos el vehículo.

No dejamos bajar a los que venían, pero si no subíamos pronto quedaríamos sin asientos. Un tipo muy grande me dice: "es que no va a dejar salir"; yo le respondí que estaba enfermo. El respondió; "Si, claro, yo también estoy enfermo", y lo mismo dijo una señora que iba atrás de el.

Por fin, estaba dentro, pero mis desvaríos me permitieron coger la maldita silla azul.


No pasaron 3 minutos cuando una señora golpeándome el hombro me dice "oiga un asiento señor"; Yo respondí "señora, estoy enfermo". Ella contestó "si, yo tambien estoy enferma".

Luego escuchaba, "oigan delen la silla azul a la señora va con un niño" otros rezongaban; "porque siempre tiene que ser la azul; por que no se paran los de la silla roja".

Cuatro cuadras mas adelante, la misma señora que me golpeo antes, volvió a dirigirse hacia mi: "No se haga el pendejo, párese".

No iba a pelear y así quisiera ni fuerzas tenia.

Paso otra cuadra y la misma señora "oiga señor párese, deje la silla azul a la señora". No pude mas.

Si bien, contuve la diarrea hasta llegar a mi casa (que se asquee el que nunca haya ido al baño), no pude contener la ira de estar sintiéndome maltratado.

Le dije en tono fuerte: "señora, tengo diarrea, estoy enfermo, ¡No me joda mas la vida, déjeme en paz!". En todo el camino no le vi la cara, pero en ese momento pude voltear a verla, escondida. "Deme la cara, no sea cobarde". La señora no volvió a decirme nada.

Unas buenas señoras que venían adelante dijeron "la gente si es desconsiderada, el pobre señor esta enfermo, déjenlo en paz". Una de ellas me ofreció su asiento, y añadió "venga, siéntese aquí y déjeles la silla azul".

Me senté en la silla roja, y cual fue mi sorpresa; en la silla azul no se ha sentado una señora con un niño de brazos; no, una señorita.

Tocara colocar un aviso que diga: "asiento reservado para mujeres jóvenes con pechos promientes".

FIN
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